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viernes, 11 de julio de 2014

Marcelo Scalona y su libro Mapa, en donde todo se vuelve poesía

El escritor rosarino Marcelo Scalona acaba de publicar "Mapa", un libro de poemas donde recorre su tiempo de niñez a través de versos que conforman pequeñas historias que muestran al desnudo a aquel pibe que fue por las calles del barrio Tablada.


Marcelo Scalona - Foto: Ignacio Pettunci

Graciana Petrone
Ese viaje de ida que se emprende en la niñez, presentado como una de hoja de ruta marcada por instantes imborrables, es lo que resume Marcelo Scalona en su poemario Mapa (Alción Editora). Así, con versos que conforman pequeñas historias, el escritor muestra al desnudo a aquel pibe cuyo corazón sigue arraigado en las calles de barrio Tablada, en los afectos familiares y en todo lo que tiene que ver, de algún modo, con la experiencia vital.
En Mapa tampoco faltan los amores alguna vez correspondidos y por eso el poeta apunta: “Fantasmales/fugaces/son las presencias queridas. /Siempre se vuelve a estar solo/y con el corazón estrujado”.
Pero Scalona ensaya y analiza lo cotidiano y es entonces cuando todo se vuelve poema, hasta el breve paso de un jugador de fútbol santafesino por un mundial, lo que representa el sueño de un país que sufre los avatares de un futuro incierto y parece conformarse con poco; por eso escribe: “Y Garcé se subió al sueño/ pero no era la copa,/le dieron un jeep Ika/ y un free pass a todas las reservas/humanas de Nairobi que tiene/en su escudo los colores de Colón”.
“En Mapa se condensa, modestamente, un poco la cifra de lo que yo pienso de la literatura, de la forma, del sentido; me enorgullece esto de que para mí sea un poco como mi bitácora. Si alguien quiere saber lo que yo leo y escribo, creo que está todo acá”, asegura el escritor.
Las páginas de su primer libro, El camino del otoño, serán llevadas al cine en breve. Con su segunda novela, El Portador, el autor participó en España del Festival Barcelona Negra. Sin embargo, Scalona mantiene intacta la esencia y simpleza de aquel muchacho que creció en Tablada. Actualmente es uno de los máximos referentes en la coordinación de talleres de narrativa en la ciudad, labor en la que combina sus saberes con la generosidad necesaria para abrirles nuevos caminos a sus alumnos.
—A la hora de publicar tus libros, ¿te perturba tu lugar de formador de escritores?—No me perturba para nada. Con el tiempo el taller justamente me ha dado mucha fortaleza, sobre todo por la consolidación de la gente que viene, y entonces decís: “Pucha, algo sabré”. Y realmente, el hecho de que hayan salido de mi taller algo más de 20 escritores que se han consolidado en la ciudad, lo que me da es una fuerza enorme. Yo empecé con esto hace 14 años con otras tres personas, igual que como publiqué por primera vez. “Como a todos los pobres –diría mi vieja– todo nos cuesta tanto…”. Uno nunca perteneció a ningún grupito favorecido en ningún lado. ¿Viste que algunos publican porque son amigos de, o porque es la novia de o la hija de Fulano? Bueno, a mí me pasó todo lo contrario. Por eso, en un punto, me siento orgulloso de haber podido crear un lugar propio como es el taller.
—¿No recibiste ningún apoyo cuando empezaste a escribir?

—Quien me dio una mano muy grande en su momento fue Angélica Gorodischer, escritora muy reconocida e importante. Ella me alentó muchísimo para publicar mi primera novela El camino del otoño, le hizo el prólogo y escribió una hermosísima carta de recomendación para que se publicara. Lo mismo me pasó con Alberto Díaz, director de Editorial Planeta, con quien tengo hasta el día de hoy una relación muy estrecha. Y después… ¡los lectores!, porque cuando un montón de gente lee un libro tuyo, queda emocionada y te lo dice, no finge. Eso no tiene precio.
—¿Los poemas de “Mapa” corresponden a un período determinado de tu producción literaria?

—Yo creo en la permanente reescritura de los textos, por eso los primeros borradores de los poemas de Mapa tienen muchos años y los terminé de escribir, como siempre, a la hora de mandarlos a la imprenta. Me ha dicho una cosa hermosa Tomás Boasso, que es un pibe que entiende mucho de poesía, y digo pibe porque es eso, un pibito al lado de uno. Él dijo espontáneamente el día que presentamos el libro en La Vigil, que sentía que todo lo que yo había escrito en mi vida de algún modo fue para llegar a escribir este libro. Yo siento que hay una gran síntesis. Bueno, después de seis libros, además, uno siente que tiene ese poder de síntesis.
—¿Cada poema de “Mapa” es como una pequeña historia?

—En muchos casos hay poemas que son microensayos o aguafuertes. Lo que los poetas puros tienen que entender, y no lo dice Scalona a esto, es que de Baudelaire a Nicanor Parra también hay poemas narrativos. Entiendo que ellos son muy celosos con la metáfora o con el símbolo y está claro que no soy un poeta simbolista.
—¿Sos un poeta más cerca de lo coloquial que aborda temas cotidianos?—Recibí un piropo hermoso de Ricardo Forster, a quien le gustó mucho el poema “El sueño de Garcé”. Me escribió para decirme que le parecía una muy buena editorial sobre la anomalía kirchnerista. Es un poema del mundial de 2010, todavía vivía Néstor (Kirchner) y muestra que un poema puede tener también un ensayo y no hablar solamente de cosas inmateriales. Me refiero a esa disputa entre Neruda y Parra en la que uno se mete modestamente.
—¿Te referís al poema críptico y a aquel otro, de alguna manera de lectura más accesible?

—El poema de la metáfora y del símbolo contra el poema de lo cotidiano, el poema hablado. Por otro lado, a esta altura hablar de géneros puros es una discusión totalmente anacrónica. Como dice Roland Barthes, el texto te causa placer o no te causa placer, te conmueve, te inquieta, te asusta. Es ése el placer del texto. De todos modos, sabemos que no es inocente la discusión porque el propio Barthes también dice que detrás de los que defienden esa lengua del canon y de la sintaxis hay una cosa fascista.
—El barrio Tablada está presente en muchos de tus poemas, aunque ya no vivís ahí…

—Tablada es mi ámbito. Nunca me fui, como dice Troilo. El barrio tiene, además, esa pureza, ese olor, siguen estando los mismos vecinos, siguen estando los mismos espacios y uno ahí es alguien y todas esas cosas que sabemos. Todos los domingos voy a comprar el diario a Alem y Ayolas, ahí tienen el diario El País, para todos los giles que se creen que Tablada queda lejos y está a sólo 30 cuadras del monumento. La patria de uno es el barrio.
—También en “Mapa” están tus viejos y de nuevo el barrio…

—Mis viejos vivieron toda la vida ahí. Para que tengas una idea, en una misma manzana vivían los siete hermanos de mi mamá y en esa misma manzana todavía viven mi tío, mis cuatro primos, mi hermano, mi hijo y mis ex suegros. La plaza sigue siendo nuestra plaza. Y está La Vigil. Para uno, Tablada es como un patio y las calles del barrio son para mi viejo como “Las Magdalenas” de Proust.
—Si tuvieras que elegir un poema de “Mapa”, ¿cuál sería?

—Sería justamente el que se llama “Mapa”, por eso también lo elegí como nombre del libro. En definitiva, lo que sigo haciendo cuando escribo es repetir ese viaje con los viejos a Mar del Plata y pasar por el lugar donde fusilaron a Dorrego, cerca de Mercedes, por ejemplo, o evocar esas conversaciones con mi viejo que me quedaron grabadas. Hasta el día de hoy, cada vez que paso por ahí, sigo mirando ese lugar.
—Después de tantos años, ¿los talleres son como indivisibles de tu vida? 

—Te soy sincero, hace dos años estuve tentado de suspenderlos, al menos por un año. Pero la verdad, no puedo. Uno tiene un lazo muy profundo ahí y seguramente después me pasaría que estaría perdido y extrañaría. He llegado a tener cinco grupos y este año logré reducirlos a dos.
—¿Qué solés decirles a quienes se inician en la escritura?

—Hay algo que les repito a los chicos del taller y es que, como para todo en la vida, hay que tener mucha convicción, esa cosa artltiana de la prepotencia de trabajo, de tener mucha confianza en lo que uno hace y de no abandonar nunca. Eso también lo sabemos como canallas (risas). Puede haber muchas dificultades pero nunca hay que abandonar, nunca hay que correrse del lugar. También les digo que se van a encontrar con la máquina de desalentar que les va a tratar de convencer que escribir es un acto promiscuo. Por eso les digo que no se dejen robar el deseo y la ilusión pero que hay que laburar muchísimo porque es un oficio muy duro y los reconocimientos suelen llegar más tarde. No es fácil. En ese sentido yo siempre tuve la confianza de que iba a poder hacer un oficio de la literatura más allá de la fama o el prestigio que, muchas veces, pueden ser dudosos o aleatorios. 

Nota publicada en el diario El Ciudadano 

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